201 razones

27 de septiembre de 2011

Yo, casi todo se lo debo a Santa Cruz de la Sierra. Casi.


Esta es la ciudad de mi primer beso. De mi primer “declare”, de mi primer “rebote”… Aquí la gente me conoce, acá conocí el significado profundo de más de una palabra importante. Aquí están enterrados todos mis muertos, en fin…


Últimamente se me ha dado por pensar que todo es como debe ser. La lluvia y el fuego. La ausencia y la prisa. La luna y el orgasmo. Que cierto orden secreto y bondadoso gobierna los días. Que el gran guionista a quien llamamos “Dios” (que no es sino un sinónimo para “Vida”) sabe exactamente qué es lo mejor para cada uno porque, en esto de vivir, indudablemente tiene mucha más experiencia que cualquiera de nosotros…


Es por eso que esta es la ciudad exacta en la que yo debía vivir. No Dublín, no Miami, no Buenos Aires, no Atenas. Sino Santa Cruz de la Sierra, una comarca ni mejor ni peor que las señaladas, solo que otra, y como es la mía, es decir el paisaje en el que transito el extraño y breve privilegio de estar vivo, eso la convierte, para mí, en la única real, en la que única que cuenta. Sus rotondas, horcones, gentes, desvaríos, idioteces, y triunfos son los míos.


Y quiero, por lo tanto, que mi poesía sea celebración y crónica de esa relación. En lo más recóndito de mí, anhelo acceder al mañana a través de mis poemas. Dudo que los hijos biológicos me sucedan, pero mis poemas quizás sean el modo en el que alguien pronuncie mi nombre en el futuro. Ojalá.

Es por eso que ahora, aún ebrio de fiebres celebratorias por los 201 años de su levantamiento anticolonialista "oficial", hago un resumen nuestro (de esta ciudad y mío), repitiendo una vez más: “Santa Cruz de la Sierra. Cuna, buri y tumba. Selva y ausencia. Humedad en el centro del encuentro. Ciudad en la que voy a morir”.