
Leer un libro de poesía es semejante a lidiar con un toro: todos vociferan, hay ambiente de fiesta, pero alguien –inevitablemente- va a morir. Mas siendo la materia a disposición del lector –o sea el poema- de una sustancia tan etérea, ingrávida, poco gentil y sediciosa, el difunto nunca puede ser previsto.
Me ha pasado eso –ese transitar por la cornisa de la incertidumbre- siempre que me he sumergido en las páginas de los poemarios, y estos Versos de agua no han sido la excepción.
Claudia Cecilia Vaca Flores nos propone en estas páginas un vertiginoso viaje a través del Verbo. Sus poemas -al menos externamente- son pequeñas y elaboradas piezas de estructuras disímiles, pero no nos engañemos, adentro se agitan, la pasión desbocada, las ganas, el silencio, la urgente espera, la sangre del toro derramada…
A lo largo de los tres episodios o tramos de este tránsito verbal (Infancia, Desandarse y Gratitud), esta joven escritora deshoja crueles margaritas que, a la manera de los buenos haikus, propician la búsqueda del sentido último en cada lector.
Creo que no me equivoco si afirmo que estas páginas son audaces invitaciones, fotografías tenues, sutiles olores y pálidas promesas que, estoy seguro, sorprenderán a muchos. Me consta. A mí me ha pasado. Debe ser porque, como ella misma confiesa en una de esas extrañas instantáneas que son sus poemas:
“Cuando escribo
anhelo que el lenguaje alcance para no morir.
Cuando concluyo,
he muerto y vuelto a nacer”.
En fin, tendremos que leer una y otra vez estos húmedos versos porque es preciso saber cómo ama, odia, vive, mata y olvida una mujer joven en estos extraños tiempos del agua y otras inundaciones.