Dos felicidades

28 de julio de 2008

La primera de ellas, y sintonizado aún “futboleramente”, es la vinculada a un aniversario sumamente… especial.

Resulta que hace exactamente 15 años y tres días, el Estadio Hernando Siles de la ciudad de La Paz fue testigo de la victoria más resonante de la reciente historia futbolística de nuestro país.

En aquella épica jornada, Etcheverry y Peña (a pocos minutos del final del partido) le metían entre las piernas a Taffarell dos pelotas que –aún hoy- siguen provocando escalofríos y temblores en más de uno.

Con esa victoria, la todopoderosa Brasil perdía su invicto de 40 años en partidos por eliminatorias mundialistas.
Hasta ahí la crónica periodística. Pero lo que ocurrió en el corazón…

Recuerdo que para ver ese partido nos fuimos a la casa de alguien (no recuerdo de quién). Mi querido Hugo Rubin de Celis (Charanguito) llevó su infaltable instrumento musical, seguramente tomamos cerveza. Varias personas nos sentamos alrededor de la pantalla mágica y, durante los siguientes 90 minutos fuimos de la tierra al infierno (más de una vez) y luego al paraíso (dos veces), en un viaje irrepetible que me produjo la ronquera más larga de toda mi existencia.

Cuando todo terminó, y la victoria sobre la “verdeamarelha” comenzó a ser real, empezamos a cantar, una y otra vez, la emblemática cueca “Viva mi patria Bolivia”. Tantas veces que ni me atrevo a conjeturar un número.

Luego salimos a
la calle –éramos jóvenes, bellos y roncos- y nos hicimos uno con la Plaza y la masa, y juntos –como rara vez ocurre- adolescentes y viejos, hombres, mujeres, niños y “trans”, cambas, collas, chapacos, menonos y vallegrandinos nos fundimos en un solo festejo, abrazados unos a otros, cantando y gritándole al mundo el orgasmo colectivo más intenso de nuestra extraña historia en común.

Nunca más fuimos tan felices, nunca más fuimos a un mundial, nunca más nos abrazamos así. ¡Ah! ¿Pero quién nos quita lo bailado durante ese indeleble, mágico, imposible día?

Pausa. Momento propicio para escuchar el silencio.

La segunda felicidad es mucho más personal. Pero augura otra buena saudade para cuando sea un viejo achacoso, algo erudito y bastante pervertido. Click aquí.

TAHUICHI X 100: ESA MARAVILLOSA COSTUMBRE DE GANAR

23 de julio de 2008

Todos quienes me conocen un poquito saben que pocas cosas me apasionan tanto como S.M.: El FÚTBOL.

De hecho, si el pincheentrenadorchilenooligarcamasistaPonce hubiese hecho lo acertado, yo, en ese Curso de Verano del 85’, debí ganar una beca para jugar en la Academia, y de ahí, a la Liga y de ahí a la Selección y de ahí al Manchester United…

Pero –lo dijo o lo cantó Lennon- “la vida es lo que te sucede mientras vos estás haciendo otros planes”.


Ni modo, ya se lloró todo lo llorable sobre "la leche derramada". Habrá nomás que cederle el beneficio de la duda al Gran Guionista –a veces llamado Dios- por ser tan creativo en los giros que le suele imprimir a nuestras extrañas vidas. En una de ésas hasta le “achunta”...

Por todo eso es que hoy quiero compartir la enorme felicidad enorme que me ha producido la obtención del
Campeonato Internacional Número 100
que la Academia de Fútbol “Tahuichi” Aguilera ha cosechado a lo largo de estos 30 gloriosos, gloriosísimos años de existencia.

En un país acostumbrado cultural e históricamente a la derrota, a decir “perdimos pero con gran dignidad”, o a (cuando nos referimos a algo que está muy bien hecho) “…y eso que es boliviano”, es DEMASIADO IMPORTANTE que salgamos a las canchas de la existencia a ganar, ¡carajo!

Hoy no es un día de miércoles porque gracias a la Tahuichi más de 100 veces me he sentido orgulloso de ser boliviano. y, como gritan sus equipos antes de cada partido:

¡Por la Tahuichi! ¡¡¡Ra!!!
¡Por Roly! ¡¡¡Ra!!!

¡Por Bolivia! ¡¡¡Ra!!!

Don Simultáneo Peña (Parte 1)

19 de julio de 2008

- No lo olvidés, repitió. Para escribir bien tenés que tener, sí o sí, tres mujeres…

Yo todavía creía en la bondad. Así que lo miré fijo.

- Sí –dijo entonces- una en tu pasado, otra en la cama y, la última, en la mira.

Así nomás hablaba ese extraño anciano. Era lunes. Y yo temblaba.

De vaginas, animales y cierto sobrevuelo

16 de julio de 2008



Anoche soñé que llovía y que –por lo tanto- el recital se suspendía. Me desperté sobresaltado y justo en ese momento me enteré de lo mucho que me interesa que Sobrevolando el Vaginario sea una experiencia memorable.

La historia empieza algunas semanas atrás cuando le dije a Paola Senseve, a la sazón, reciente ganadora del Premio de Noveles Escritores, “qué te parece fusionar tus textos con los míos en una noche literaria”. Pao aceptó de inmediato, con ese entusiasmo que es ya su marca registrada hacia todo lo que tiene que ver con lecturas.

Más tarde o quizás otro día, pero en el mismo lugar (o sea en Peko’s), la misma propuesta fue lanzada a Ronaldo Vaca Pereyra (también llamado Animal de Ciudad) y, ¿qué creen?: aceptó “ipsofactamente!”. Moraleja: cuando querrás convencer a alguien de algo, esperá que se tome tres tragos (por lo menos), y luego vendele “tu charque” mientras sonríes confiadísimo. Éxito garantizado.

Así que hoy, a menos de 72 horas del hecho, quiero invitarlos a todos ustedes a compartir con nosotros este Sobrevolando el Vaginario (Experimento Con/fusión). Prometo que escucharán muy buenas canciones, textos intensos y más de un buen poema.

La cita es este viernes 18 en el Museo de Arte Contemporáneo (calle Sucre esquina Potosí) a las 20:00. El ingreso es libre. Habrá un espacio para que puedan adquirir el CD y los libros que configuran la parte medular del “sobrevuelo” en cuestión. Eso si no llueve, claro.

Los espero allí.

JUST A QUESTION

11 de julio de 2008

- Doctor, una última pregunta. Me gustan de idéntica manera Saramago y Calle 13. ¿Tan mal estoy?

- No, tranquilo. Eso es sólo síntoma de una cosa: estás vivo. De todos modos, por si las moscas, tomate un Flogiatrin antes de dormir.


-Graxias.

Mi "tío Pepe" o el arte de sobrevivir leyendo

10 de julio de 2008

No sé cómo ocurre exactamente, pero que la literatura salva vidas, está fuera de cualquier duda.

Tamaña afirmación podría ser comprensible si les dijera de inmediato a quién y qué es lo que estoy leyendo. Y algunos, sé, me entenderían. Pero –y de esto quienes han aprendido el sagrado arte de amar podrían firmarlo- apurarse es asesinar el momento. De modo que vamos, sin prisas, minuciosamente, como debería ser el primer beso o, quizás, el último...

De un tiempo a esta parte he afirmado, reiteradamente, que la literatura me ha
salvado la vida, lo cual –que quede claro- no es metáfora, ni demagogia, ni deliberada exageración poética. Es nomás una verdad personal.

La primera vez que aquello ocurrió (me refiero a aquello de ser salvado por la lectura) fue en la remota infancia, tumbado en el sofá guindo de la casa de mi tía Mary Peña Franco, ante un libro de historia antigua y media, o quizás un poquito después delante de mi primer
Julio Verne.

Conjeturo –no puedo saberlo a ciencia cierta- que en aquellos lejanos años tenía yo más edad de la que tengo ahora. Algunas experiencias familiares hicieron de mí una especie de niño ermitaño. La vida se me había aparecido ya como lo que es muchas veces: una inútil procesión de separaciones y despedidas, de escasos triunfos y múltiples derrotas. Digamos al paso que yo tenía siete años y, a esa edad, por falta de perspectiva, TODO cuanto le ocurre a uno tiene dimensiones gigantescas. Pero entonces ocurría el milagro del sofá guindo... Porque cuando me sumergía en mi libro, ¡Ah! ¡Cuando leía mi libro… el mundo era otra cosa!

De pronto navegaba yo por mares ignotos en busca de tesoros, venganzas o blancas ballenas, descendía al centro mismo de la tierra, vengaba la muerte de mis hermanos corsarios, me fingía ciego para entregar un importante recado, hacía méritos para ser un mosquetero del rey…, en fin, estoy convencido de que sin mis libros me hubiera jubilado de la vida en plena infancia.

Luego, en el pantano al que antes le decíamos “adolescencia”, asediado por la inseguridad, la timidez y un acné fiero y meticuloso, fui nuevamente salvado por la lectura. El título del libro en cuestión era “El abismo de la inferioridad”, luego de devorarlo, ¡lo juro!, pude respirar mejor… (es por eso que, dentro mío, les muestro el dedo malcriado a todos aquellos que ningunean a un autor o a una obra porque: “es autoayuda”). ¡Carajo!, uno de esos libros me fue fundamental en el difícil proceso que es salir de la oscura, colectiva y temible noria que es el no quererse uno mismo.

Luego, ya más grandecito, he venido notando, una y otra vez, cómo el libro adecuado aparece en el momento adecuado de mi vida. ¿Casualidad, destino, azar u otro de los apodos de Dios? Yo no lo sé, pero lo cierto es que sucede, y gozo.

Es por eso que hoy –
perdón por la alegría- no puedo evitar sentirme jubiloso y agradecido por la buena dicha que es tener en mis manos y ante mis ojos esta obra maestra, este lúcido y jodido documento y esta alucinada versión de lo que quizás sucedió en los alrededores de Galilea hace poco más de 2000 años, titulada “El evangelio según Jesucristo” de mi más reciente tío, hablo de José Saramago.

Gracias al Nobel portugués, hoy tengo la certeza de que Jesús fue y es nomás la “creatura” de Dios más notablemente humana y divina que caminó entre nosotros, y que es nomás el hermano mayor al que podemos acudir para darle sentido a esta breve procesión de éxtasis y derrotas que nos empeñamos en llamar Vida.