La primera de ellas, y sintonizado aún “futboleramente”, es la vinculada a un aniversario sumamente… especial.
Resulta que hace exactamente 15 años y tres días, el Estadio Hernando Siles de la ciudad de La Paz fue testigo de la victoria más resonante de l
a reciente historia futbolística de nuestro país.
En aquella épica jornada, Etcheverry y Peña (a pocos minutos del final del partido) le metían entre las piernas a Taffarell dos pelotas que –aún hoy- siguen provocando escalofríos y temblores en más de uno.
Con esa victoria, la todopoderosa Brasil perdía su invicto de 40 años en partidos por eliminatorias mundialistas.
Resulta que hace exactamente 15 años y tres días, el Estadio Hernando Siles de la ciudad de La Paz fue testigo de la victoria más resonante de l

En aquella épica jornada, Etcheverry y Peña (a pocos minutos del final del partido) le metían entre las piernas a Taffarell dos pelotas que –aún hoy- siguen provocando escalofríos y temblores en más de uno.
Con esa victoria, la todopoderosa Brasil perdía su invicto de 40 años en partidos por eliminatorias mundialistas.
Hasta ahí la crónica periodística. Pero lo que ocurrió en el corazón…
Recuerdo que para ver ese partido nos fuimos a la casa de alguien (no recuerdo de quién). Mi querido Hugo Rubin de Celis (Charanguito) llevó su infaltable instrumento musical, seguramente tomamos cerveza. Varias personas nos sentamos alrededor de la pantalla mágica y, durante los siguientes 90 minutos fuimos de la tierra al infierno (más de una vez) y luego al paraíso (dos veces), en un viaje irrepetible que me produjo la ronquera más larga de toda mi existencia.
Cuando todo te
rminó, y la victoria sobre la “verdeamarelha” comenzó a ser real, empezamos a cantar, una y otra vez, la emblemática cueca “Viva mi patria Bolivia”. Tantas veces que ni me atrevo a conjeturar un número.
Luego salimos a la calle –éramos jóvenes, bellos y roncos- y nos hicimos uno con la Plaza y la masa, y juntos –como rara vez ocurre- adolescentes y viejos, hombres, mujeres, niños y “trans”, cambas, collas, chapacos, menonos y vallegrandinos nos fundimos en un solo festejo, abrazados unos a otros, cantando y gritándole al mundo el orgasmo colectivo más intenso de nuestra extraña historia en común.
Nunca más fuimos tan felices, nunca más fuimos a un mundial, nunca más nos abrazamos así. ¡Ah! ¿Pero quién nos quita lo bailado durante ese indeleble, mágico, imposible día?
Pausa. Momento propicio para escuchar el silencio.
La segunda felicidad es mucho más personal. Pero augura otra buena saudade para cuando sea un viejo achacoso, algo erudito y bastante pervertido. Click aquí.
Recuerdo que para ver ese partido nos fuimos a la casa de alguien (no recuerdo de quién). Mi querido Hugo Rubin de Celis (Charanguito) llevó su infaltable instrumento musical, seguramente tomamos cerveza. Varias personas nos sentamos alrededor de la pantalla mágica y, durante los siguientes 90 minutos fuimos de la tierra al infierno (más de una vez) y luego al paraíso (dos veces), en un viaje irrepetible que me produjo la ronquera más larga de toda mi existencia.
Cuando todo te

Luego salimos a la calle –éramos jóvenes, bellos y roncos- y nos hicimos uno con la Plaza y la masa, y juntos –como rara vez ocurre- adolescentes y viejos, hombres, mujeres, niños y “trans”, cambas, collas, chapacos, menonos y vallegrandinos nos fundimos en un solo festejo, abrazados unos a otros, cantando y gritándole al mundo el orgasmo colectivo más intenso de nuestra extraña historia en común.
Nunca más fuimos tan felices, nunca más fuimos a un mundial, nunca más nos abrazamos así. ¡Ah! ¿Pero quién nos quita lo bailado durante ese indeleble, mágico, imposible día?
Pausa. Momento propicio para escuchar el silencio.
La segunda felicidad es mucho más personal. Pero augura otra buena saudade para cuando sea un viejo achacoso, algo erudito y bastante pervertido. Click aquí.