Ser un hijo “natural” me ha dado algunas satisfacciones que hoy, 19 de marzo (Día del Padre en Bolivia), quiero compartir con ustedes.
Cuentan las buenas lenguas que mi mamá me dio a luz a los 17 años. Soy -lo que se dice- el producto de un auténtico “desliz”. Nunca supe si ellos se quisieron y si hoy, 37 años y algunos meses después, se extrañan. Lo cierto es que gracias a ese “error de la juventud”, hoy estoy aquí… (¡¡¡Yes!!!).
Él se llama(ba) Daniel, era futbolista, delantero para más señas, metió algunos goles (entre ellos, uno estupendo, a mamá) y luego retornó a su país. Nunca lo conocí. Es por eso que en la intimidad lo llamo: “el donante de esperma”.
Ahora ustedes saben todo lo que yo mismo sé acerca de mi padre biológico.
Pero, como soy un mimado de los dioses, a lo largo de todos estos años la Vida me ha regalado otros “papás”.
Don Oscar B. Peña Franco
Ése es el nombre completo de mi abuelo vallegrandino, o sea de mi “papá Oscar”. Yo lo recuerdo como un hombre maravilloso, un señor alto que llegaba con un impecable sobretodo oscuro justo a la hora en que se hacía de noche, allá en mi remota infancia paceña. El hombre me quería mucho, yo era algo así como su “debilidad” (una de las razones es que él también era hijo “natural”). (¿Vieron lo apegada que es mi familia a mantener ciertas tradiciones?).
Mi papá Oscar era un tipazo: alto, guapo y calvo; además un maravilloso “tocador” de guitarra, devoto de la música y del singani San Pedro de Oro, mujeriego como todo camba de su generación (y de las otras también, no nos hagamos…).
Recuerdo que una vez me preguntó: “Hijo, ¿cuántas cortejas tenés? A lo que yo, diecisieteañero/collita recién llegado, mozuelo con acné y una auto-estima por debajo del nivel del mar, respondí tímidamente con un:
“Ninguna, papá, no se me ha dado la oportunidad”. El hombre me miró fijamente, me agarró del brazo y me acercó hacia él, sillón y todo. Fue entonces que me reveló uno de los grandes secretos del universo: “Las oportunidades no se presentan –bramó tiernamente- ¡¡uno se las fabrica!!”.
Juro que lo entendí inmediatamente, aunque, eso sí, demoré todavía algunos años en comprenderlo y otros más en llevarlo a la práctica en todos los rubros posibles de mi vida: conquistas amorosas, cambios laborales, vocación literaria, etc.
Don Oscar Peña Franco, mi “Papá Oscar”, falleció en el verano de 1991. Todavía lo extraño, todavía lo quiero. Sé que lo enorgullece ver en lo que me he convertido: un diestro “fabricador” de oportunidades. Además tengo la certeza de que “…un día del cual ya tengo memoria” se lo oiré decir personalmente, cuando estemos sentados ambos sobre una nube giratoria, fumando tranquilamente unos L&M, escuchando a Gladys Moreno y acompañados –obviamente- por un San Pedro dorado y sonriente…
Un padre literario
La lectura de “El túnel” de Ernesto Sábato fue, para mí, una auténtica revelación. Ese libro fue la bisagra que me separó definitivamente de Dumas, Verne y Salgari y que me conectó con todos los que vendrían después.
Años más tarde, cuando era un incipiente periodista del área cultural en el mejor suplemento sobre el tema que ha existido en la ciudad de los anillos, soñé que lo entrevistaba. Días después, mis primeras centrales se las dediqué al mencionado escritor argentino. Para la ocasión conseguí un material alucinante: textos precisos y preciosos, varias fotografías y una maravillosa caricatura. Fue entonces que me percaté de uno de los porqués de mi devota admiración: Ernesto Sábato es, físicamente, muy parecido a Oscar Peña Franco. Misterio resuelto.
Fue así como tropecé con mi segundo padre, mi tutor intelectual, mi apoderado de obsesiones, anhelos y pesadillas.
Hace poco conseguí una revista (Proa, mayo-junio de 2001) dedicada a conmemorar su cumpleaños número 90 (la misma incluye un CD con su voz dando lectura a algunos pasajes de “Abaddón el exterminador” y “Sobre héroes y tumbas”).
Confieso que desde hace años me persigue la tristeza que habré de sentir el día en que Sábato se me muera, cosa que sin dudas ocurrirá, aunque él, irónico, lúcido y triste (como casi siempre), alguna vez dijo: “…hasta la muerte se ha olvidado de mí”.
Una mujer con cojones
Mi tía Charo ha sido, y sigue siendo, el más generoso de mis padres. Ella, una guapísima mujer, divorciada más de tres veces, carajeadora y llorona, me abrió las puertas de su casa hace 20 años… y todavía sigo allí.
Con los años hemos venido construyendo una maravillosa familia “disfuncional” conformada por Jorge y Paola (los dos hijos que aún no se le han emigrado hacia el feroz e inseguro barrio del matrimonio), mi hermano Cristhian -que es un muy buen veterinario- Miriam, nuestra eficientísima y sonriente empleada doméstica, y Pipoca, la caniche más aguililla y paridora de toda la Urbanización “Cotoca”.
Obviamente, hoy por la mañana mi tía Charo recibió el regalo que largamente se merece. Se lo ha ganado, es la mujer con más huevos que conozco y, con orgullo afirmo, que ella es también mi padre.
Padres menores
Tengo otros padres, de carácter “menor”, si se quiere. Por ejemplo el sacerdote jesuita Mateo Garau (el primer ser verdaderamente espiritual que conocí), mi tío Alvaro Fernández (un maestro en el arte del buen humor y la visión empresarial), Silvio Rodríguez y Joaquín Sabina (más de una estrofa de ellos constituye la columna vertebral de mi particular, contradictoria e incompleta ideología), Nippur de Lagash (mi más personal y entrañable poeta y guerrero), Eduardo Galeano (a quien le agradezco las palabras y la ideología, sobre todo esa militancia -tan suya- por la libertad y la dignidad del Ser Humano), Andrés y Raúl (auténticos caballeros andantes en estos tiempos no tan heroicos) y, últimamente, Gary Daher (un muy buen escritor y un ser humano absolutamente querible. A veces me enojo con él, pero como le dije en la madrugada del último sábado, “si estoy escribiendo es gracias a vos, sabelo”).
Cierre con brindis
Quizás me estoy olvidando de alguien. Quizás el futuro traiga en el bolsillo derecho del pantalón a alguien más para enriquecer mi galería de paternidades o, quizás, en una de ésas, por fin me ha llegado el momento de empezar a “devolver” tanta generosidad recibida.
Es muy probable que sea así, es más, intuyo que será así pero, mientras tomo impulso, les propongo un renovado brindis por el Amor. Ese padre secreto de todo y de todos…
* Este texto fue publicado, originalmente, en el primer e inolvidable Toborochi Urbano punto mundo al revés punto com.
** Dos años después sostengo lo escrito.
*** Pipoca falleció una mañana paradójicamente hipersoleada. No pudimos reemplazarla nunca.