Jugar una final...

1 de noviembre de 2008

Dentro de una hora y veinte minutos, y a exactos seis días de mi cumpleaños número 38, voy a jugar una final de fútsal. Debe ser por eso que hoy quiero compartir un par de gemas literario-futbolísticas extraídas del libro Espejos de Eduardo Galeano.

La primera es una joya minimalista, y dice:

Maracaná

Los moribundos demoraron su muerte y los bebés apresuraron su nacimiento.

Río de Janeiro, 16 de julio de 1950, estadio de Maracaná.

La noche anterior, nadie podía dormir.
La mañana siguiente, nadie quería despertar.


La segunda revela la capacidad que el escritor uruguayo posee para ver cosas que todos miramos… y de las que nadie se percató.

Fotos: El escorpión

Londres, estadio de Wembley, otoño de 1995.

La selección colombiana de fútbol desafía al venerable fútbol inglés en su templo mayor, y René Higuita se manda una atajada jamás vista.

Un delantero inglés dispara un tiro fulminante. Con el cuerpo horizontal en el aire, el arquero deja pasar la pelota y la devuelve con los tacos, doblando las piernas como el escorpión tuerce la cola.


Vale la pena detenerse a mirar las fotos de este documento de identidad colombiana. Su fuerza de revelación no está en la proeza deportiva, sino en la sonrisa que cruza la cara de Higuita, de oreja a oreja, mientras comete su sacrilegio imperdonable.

Adiós, me voy a cometer uno.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Y cómo te fue?

Oscar dijo...

Nos ganaron de "chichada"... en el último minuto... apenas 8 a 3...

Pero dont' worry, lo superaré, llevo años alentisufriendo con la Selección...

Juan Manuel dijo...

la selección, es como Pinochet, porque llena los estaios para torturarnos, no??
Muy buen libro Espejos, me da pena porque ya lo estoy terminando de leer.

Anónimo dijo...

Voy a copiar un texto algo largo:

Jugar sin hinchada es como bailar sin música”. Con estas palabras, Eduardo Galeano sintetiza el rol que juega el aficionado al fútbol, ese monstruo que cada semana se somete a una tortura para ver jugar a su equipo; alguien que empieza siendo un tímido individuo, pero que cuando se mezcla con la masa de la tribuna se transforma en un león salvaje que busca satisfacer su hambre con la sangre de los goles, de la victoria o de la humillación deportiva del rival.


Aún sin entrar a la cancha, el hincha juega su propio partido. Sin dar un chutazo, es capaz de meter un gol; sin meter la mano, puede detener un disparo... En fin, puede hacer muchas cosas mientras está sentado, dejando que 11 individuos corran tras sus emociones. Y en la literatura, el hincha o el ‘supporter’ (como le llaman los ingleses, los creadores del fútbol) se ha convertido en el referente de una serie de relatos que tienen la estampa de autores como el propio Galeano, Mario Benedetti, Roberto Fontanarrosa, Antonio Skármeta, Vinicio de Moraes y Alfredo Bryce Echenique, entre otros.

A pesar de que algunos de sus colegas han menospreciado este deporte (incluido Jorge Luis Borges), ellos han sabido captar “el amor, el desamor, el odio, el orgullo, la justicia, la injusticia, la solidaridad, la sed de venganza, el coraje, la ambición, la cobardía, la violencia, el culto al dinero y el poder”. Son temas que nutren la buena literatura y que impregnan un deporte que, desde hace años, ya es un fenómeno global.


“Hay partidos que no se pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear por estos soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta toda la vida? No mi viejo. Entonces, ahí hay que recurrir a cualquier cosa”, escribe Fontanarrosa, amante de Rosario Central, en uno de sus cuentos llamado 19 de diciembre de 1971, en el que relata la osadía de un grupo de hinchas que secuestra a un anciano, porque, supuestamente, serviría de cábala para que su equipo ganara.

El guatemalteco Miguel Ángel Asturias, Premio Nobel de Literatura, explicó en su momento, en un artículo, el origen uruguayo de la palabra hincha, “inspirada en un hombre que se ganaba la vida inflando neumáticos de bicicleta (hinchándolos, como dicen en el Río de la Plata) y los domingos era el que más sufría y se desgañitaba en la tribuna”.


Más allá de saber el origen del término, hay quienes se animan a definir al personaje. “Un hincha es aquel que sigue a su equipo a cualquier lugar. Es el que habla, piensa, se viste y vive con la mente puesta en su escuadra”, asegura el escritor boliviano Cachín Antezana. Adolfo Mier Rivas, confeso admirador de Wilstermann, dice que entre el seguidor y su equipo hay una relación de amor que, casi siempre, dura más que el matrimonio, ya que de verdad permanece leal hasta la muerte. “Muchas veces el hincha nace, porque la pasión por determinados colores se la hereda del padre. Es algo que se da por contagio”, asegura el humorista.


Para Galeano, seguidor de Nacional de su natal Uruguay, no es lo mismo hincha que fanático. El primero vive y disfruta el juego, el segundo es el que aprovecha el fútbol para convertir la tribuna en un campo de batalla.

Más allá de los que le han dedicado algunas de sus letras al balompié, también están aquellos escritores que, sin temor a que los tachen de poco intelectuales, han declarado públicamente su amor por el juego de la pelota y por el equipo de sus amores.

Mario Vargas Llosa nunca escondió su pasión por Universitario. Lo mismo sucede con Bryce Echenique, que hasta jugó en las inferiores del club crema. El también Nobel de Literatura, el alemán Günther Grass, se desvive por el modesto Friburgo de la segunda división, equipo al que incluso le compuso un poema. Y cómo no recordar a Osvaldo Soriano, aquel escritor argentino que quiso ser futbolista y terminó metiendo goles en la literatura. Su pasión por San Lorenzo de Almagro y su amor por el fútbol lo acompañó hasta la muerte. “Mi hijo Manuel es mi último gol”, dijo poco antes de que su vida se apagara, el 29 de enero de 1997.