LAS NOCHES DE GALEANO

Uno de mis absolutos imprescindibles es el escritor uruguayo Eduardo Galeano. Tengo siete libros suyos en mi dormitorio lo cual me autoriza a nombrarlo como uno de mis autores de cabecera.

Amo en él el formidable uso que hace de nuestro idioma, al que recurre y exprime, zarandea y resucita, emperejilla y devora con una impunidad maravillosa. Ya de por sí es una fiesta de los sentidos el sumergirse en cualquier texto suyo (cuento entre mis horas más intensas, aquellas que malgasté siendo feliz mientras leía los tres tomos de Memorias del Fuego y El fútbol a sol y sombra).

Además, su insobornable militancia por la vida y por la dignidad del ser humano, en especial del latinoamericano, me han rendido como portavoz suyo hace ya bastante tiempo. Y es que Galeano pertenece a esa especie benditamente rara de hombres y mujeres dispuestos a jugarse la vida por refrendar lo dicho, pintado, cantado, pensado o publicado (¡los dioses nos los guarden!).

Se me ponen los pelos de punta, se me para el reloj, estalla mi ventana, relampaguea la pared de enfrente ante la sola idea de que un día los caminos de la literatura nos pongan frente a frente. Si existe un Dios en el cielo, y me quiere, que haga –por favor- que esa primavera, ese domingo, ese feriado, ese gol de chilena, acontezca.

Mientras llega el día aquél, los dejo con tres de sus textos que rozan la perfección en cuanto a la economía de palabras y la hondura de insinuaciones…

La noche/1
Arránqueme, señora, las ropas y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme.

La noche/2
Ellos son dos por error que la noche corrige.

La noche/3
Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad. Yo, una.